martes, 2 de junio de 2015

Rebeca Rojo Cubero 4º ESO A


Miraba continuamente aquella cerradura que me separaba de mi mundo, al que tanto amaba.
Esperaba que ella siguiera allí, al otro lado, con esa respiración que me recordaba a la mejor de las Estaciones de Vivaldi, y que, desde que la conocí, se había convertido en mi melodía favorita.
Más de una vez intenté reunir el valor suficiente para acercarme a aquella tosca cerradura y tratar de darle a mis oídos el placer de volver a escucharla, aunque todos estos intentos fueron en vano, pues jamás fui capaz. Quizás fue el miedo a no encontrarla lo que acabó con la valentía que sólo ella era capaz de hacerme sentir.
Todavía sonreía con el recuerdo de su presencia. Sonrisa que  siempre acababa inundada por lágrimas de desesperación e impotencia, que son las más amargas.
Y quizá, como Neruda, yo sí esté preparado para escribir los versos más tristes esta noche. Quizá incluso supere a Sabina en dolor, porque en olvidarte ya he tardado más de 19 días y de las noches, perdí la cuenta en la 501.
Sin embargo, en mis momentos de lucidez, me sentía estúpido. Estúpido por haberte dejado encerrarme en esta cárcel, de amor, que tanto me había aislado y que, contra todo presagio, tampoco me había acercado a ti.
Porque a ti, hablarte de amor es como romperle al pintor el pincel justo antes de acabar su obra. Como cortarle la cuerda a un equilibrista cuando sólo le quedan unos centímetros para volver a pisar tierra firme, o como obligar a un paracaidista a abrir el paracaídas antes de tiempo, sin dejarle disfrutar de la parte libre de su caída.
Es cortarle las alas a la mejor nota de la Primavera de Vivaldi.
Y es por eso que acabé encerrado en mi mismo, cárcel de amor, antes que obligarte a amarme y sentirme como cortando a la más  bella flor

No hay comentarios:

Publicar un comentario